2/2/08

La Francesa y la Ratita

La historia de Lalo me devolvió ésta. Cuando conocí a la Francesa los muchachos de la Compañía la tenían más que ubicada. Era de Le Mans e imponente; con su 1.75 de estatura y líneas aerodinámicas era como los coches que corren el famoso circuito de su ciudad. Allí, en el Evento mismo, la habían contratado para trabajar en Ventas para la Televisión de este lado del Atlántico, aunque hablaba aún un español bastante rrrraro. No le hacía falta hablar tampoco, ni nadie pretendía que hiciera algo más que estar presente.
No me costó mucho romper su halo, me dejó entrar a la primera. Durante un par de semanas estuve eufórico sólo con verla desnuda. Y, por qué no, henchido ante los machines de la Compañía. Ella mantenía la maquinaria al tope: dos horas diarias de gimnasio, complementos alimenticios, cremas. Y también sabía dar masajes, y crear una atmósfera de inciensos y ungüentos orientales mientras escuchábamos al arrrrrastrado de Jacques Brel (que me sale belga) su Ne me quittes pas. Pero a la hora de la hora, la Dueña de la Imponente Carrocería dictaba las pautas. Y eran sencillas: ponte aquí, detrás de mí, haz lo tuyo y déjame hacer lo mío.
Entonces, en el silencio y el vacío post orgásmico de la tercera semana me dice que le había hecho mucha gracia la manera en que la abordé la primera vez, que yo era como "una rrratita". Me reí pero mi ego estaba ya retorciéndose en el piso, mis escasos 1.67, boqueando. Entonces enfoqué mejor la imagen: yo tras ella, haciendo malabares porque no le llegaba arrodillado y de pie quedaba muy alto y tenía que mantenerme en la zona y controlado para venirme justo cuando ella llegara de acuerdo al dictado de su dedo. "No puedo tener un orgasmo sola". Confesó y yo me sentí aún más miserable, used and abused.
Tres años después la vi en los Bosques, yo corría con alguien y ella se preparaba para correr, hacía estiramientos, miraba su polar. Cruzamos la mirada, me sonrió y la escuché decirme "rrratita" sin hablar. Y la habría maldecido, pero seguía igual de imponente, y además recordé todo lo otro: su piel cuidada con exquisitez, el esmero y la dedicación que ponía en devolver las atenciones a quien le sirviera para lograr su orgasmo, su nostalgia por Francia.